Las ocho con treinta. Se acomoda en el sofá que ha puesto frente a la ventana que da a la calle, la calle por donde pasa él cada mañana. Se ha puesto la lencería de encaje que nadie imagina que tiene, y las zapatillas altas que nunca usa, se suelta el cabello siempre, su cabello tan negro, tan suave y alborotado. Entreabre las cortinas y mira a lo lejos buscándolo. -En lo que pasa- piensa. Cierra los ojos y vuela sobre nubes de lujuria, ladea su cabeza como descansándola en el hombro, separa sus piernas y se roza los senos apenas, usa sus dedos como piernas que caminan en ella misma, le andan en el vientre marcado, recoge las piernas y se respira a si misma, le gusta su olor de mujer, juguetea la ropa interior con un par de dedos, la hace a un lado, se descubre la flor, siente la calidez de sus ganas por tocarse mas sólo enreda sus dedos en el monte aún húmedo. Abre los ojos, mira el reloj, las ocho con cuarenta y aún no pasa, -Ya viene tarde-. Vuelve a su ensueño, cierra los ojos, se acaricia con mas ansias, posa sus manos sobre los senos como midiéndolas -¿será que le gusten grandotas?- se pregunta. Se las roza apenas, se endurece los pezones deseando que sea él quien beba de ellos, que descanse en su carne, que coma de sus pechos. Abre las piernas y se demarca el sexo, como dibujándoselo, como remarcando su contorno, se sospecha húmeda y lo confirma, se moja un dedo y lo huele. Entonces aparece él caminando a prisa y ella se hunde dos dedos, lo mira venir, y aprieta todo su cuerpo, se frota aprisa, con desesperación, se besa el hombro, se lame aquí, se muerde allá, cruza la piernas, las abre, se pellizca, se abandona, gime quedito, en secreto, él pasa justo frente a su ventana diciendo cosas, hablando con alguien, y ella toca el cielo con su voz tan cerca queriendo que alguna vez sea él quien la huela, que la toque, que la posea, que la arrincone por ahí sin previo aviso y la haga suya porque se siente suya sin que él se entere. Se agita y se siente explotar, el corazón se le escapa del alma, y la miel del cuerpo. -estoy loca- se dice mientras recupera el aliento y la respiración se le controla. Se levanta lentamente, se siente tan bella ahora, se quita las zapatillas, esconde el negligee, se hace media cola en el cabello, se pone los lentes y una bata de florecitas campestres que le trajo una comadre de Mitla. Las nueve con cinco - no tarde en volver- lo sabe. Se huele la mano, aún empapada de si, de sus ganas. Sale con una escoba a la banqueta dispuesta a barrer el montón de hojas que caen del almendro. -Buenos días- le dice él, ella se acomoda los lentes, lo mira, le sonríe, le da la mano, la mano aún pegajosa, y le embarra la miel de sus deseos, - buenos días, señor, le dice, agacha su cabeza mirando donde barre y agrega -que le vaya bien.
Alle Teilnehmer sind mindestens 18 Jahre alt.