La noche se precipitaba sobre la ciudad de manera insospechada. Los rituales diarios del atardecer, este día, sin embargo. no se cumplían. Ni la gente corría hacía sus casas, a volcarse en el contenido del vacío televisor ni él encendía el cigarrillo de cada hora.
¿Qué tenía aquel día de particular?, ¿Cuáles eran aquellas cotidianas rutinas no cumplidas?. El cielo se cernía plomizo, duro, compacto. El agua se hizo presente y en pocos segundos cubrió el césped con gotitas plateadas. El sol rápidamente asomó entre las nubes del cielo montevideano. Una tormenta de verano había pasado.
Ella entró en un café. Practicó el ritual acostumbrado. Su teléfono sonó. Era él.En algún lugar del planeta se encontraba reclamando su presencia. Le dijo que la necesitaba, que la extrañaba. Le dijo lo que ella ya sabía, aún cuando él no se lo dijera. Ella lo escuchó y le dijo. En una hora estoy en casa. Hablaremos entonces.
Bebió su café con crema sin prisa. Garabateó varias líneas en un trozo de papel. Pagó, sonrió y se fue caminando entre los charcos del centro de la ciudad. Subió al ómnibus y viajó un largo rato. Al llegar a casa,lo buscó.
Lo encontró donde siempre.Donde lo conoció. Sonrió al verle. Él le retribuyó de la misma manera. Se miraron, sonrieronn, gesticularon.Se respondían entre las decenas de personas que los miraban. Él debió marchar. Ella permaneció allí.Unas horas más tarde ella se reíria nuevamente. Una frase de él la convocó a un lugar más reservado. Aún a la vista de los mismos, quizás otros nuevos se hayan sumado. Él le dijo que ya venía. Ella lo detalló sin prisa. Su cara, su goce, su risa. Ella se mordía los labios.Él mojada su lengua en una boca que deseaba para ella. Él emitió un sonido que ella no escuchó. Ella cerró los ojos extasiada. Las manos ( de él) estaban impregnadas de su semen. Él no corrió a limpiase.Ella agradeció ese gesto. Lo disfrutó. Se deleitó con su orgasmo no oído. Ella prosiguó. Se tocó mientras él encendía algo para fumar. Lo miraba como si lo tuviera enfrente rodéandole las manos con sus dedos suaves. Hundió sus dedos dentro de mí, pellizcó sus pezones erectos y durísimos. Gritó y gimió. Volvió a cerrar los ojos y sientió sus caricias.
La escena era vista por decenas de personas que creyeron la escena para sí. Creyendo que se les fue dedicada.Mientras ella y él, a kilómetros de distancia su fundían en un deseo profundo y vital. Aún aunque muchos ojos los desearan, este placer era en parte para ellos y nadie más.
Un beso
Lucía Schaffer