...la ví.
Ayer la vi… con el cabello suelto, un par de arracadas medianas; llevaba un vestido de flores ajustado desde el pecho hasta la cintura, escotado en la espalda con apenas dos tiras cruzadas, y de vuelo bajo la cintura, de esos vestidos que hacen a las mujeres aún mas femeninas, distinta se veía a cuando se pone esos pantalones ajustados en la cadera, y holgados en las piernas tipo sastre, de casimires a rayas, y esas blusas de tres botones, y el saco sin hombreras, siempre sin hombreras. Yo… como otras veces, sólo… atine a mirarla, a seguirla un par de calles, a contarle los pasos, ayer… ayer me di cuenta que sólo mira para un lado al cruzar las avenidas, que camina a menos de un metro de la pared siempre, que el paso con el pie izquierdo es tímido, y con el pie derecho es largo, y fuerte, que su cabello es negro, realmente hermoso y brillante, que es largo, tan largo que casi podría tocar su cintura, que lo acomoda por encima de su hombro izquierdo cuando duda en contestar un saludo, o un abordaje de algún conquistador, y por encima del hombro derecho cuando coquetea tímidamente. Se detuvo en una heladería; sé que le gusta el napolitano, es el que siempre compra, en vaso pequeño y dos cucharas, al salir miro hacia ambos lados, casi podría jurar que me miró… ¡si! ... por un momento me miró, estoy seguro… estoy seguro… torpemente me escondí tras la caseta telefónica, aunque podría sentir sus ojos negros aún en mis ojos, (¿Se habrá quedado mirándome por largo tiempo?). No atine a mirar mas, caminé para el lado opuesto; contrariado,- … mi miró, estoy seguro… -, di vuelta a la izquierda, un manzana mas, y vuelta a la izquierda, me fui de frente dos manzanas, ahí iba, miró la hora en su teléfono y menguó la velocidad de sus pasos, seguramente iba con tiempo sobrado. El aire se colaba bajo del vestido; y lo ondeaba a la par de sus pasos, y el movimiento de su cadera cubierta por esa tela que perfectamente caía sobre su piel marcándole sugerentemente la silueta, su cuerpo que en ese andar se sabia deseada, se sabía vista, imaginada sin ropas… La seguí una manzana más hasta que llegó al mismo lugar de la semana pasada, y la antepasada, y las demás… -Seguramente en dos horas se irá, como siempre- pensé-; esperaré- me dije. Como todos los martes regresaría tarde de mi hora del almuerzo. Poco menos, poco más de dos horas; salió. El andar de mujer deseada cambió… cambió… como me gusta verla salir de ese hotel, con ese caminar de mujer satisfecha, de hembra poseída, de hembra orgullosa de lo que tiene, de lo que es capaz de provocar… sus pasos firmes, su cabello alborotado, torpemente arreglado, y sonriendo sola en la calle como loquita, pero… ya saben – El que sólo se ríe…- siempre ha valido la pena el retraso, el regaño con tal de verla salir de ahí.
No dejé de pensarla en toda la tarde, y entrada la noche al llegar a casa la erección ya me estaba causando dolor, me había brotado más de una vez esa gota, esa miel, debo confesar que la probé.
-Ya vine, amor. ¿Qué hiciste hoy?
-Salí a comer con unas amigas, mira, te compré helado napolitano, pero no aguante a que llegaras y me lo comí, no te enfades, ¿si? Mira que hoy muero de ganas de ti...